viernes, 28 de febrero de 2014

Antes que hincha, jugador del Gato


Gordito y con lentes, la camiseta del Club Atlético Paraná no me alcanzaba a cubrir la panza, que se asomaba por debajo sin mucha elegancia, ante el menor movimiento, y el short me quedaba demasiado corto, las medias impecables y unos botines prestados. No era la imagen del crack de fútbol que todos tenemos en la cabeza. Calculo que Messi tampoco daba el talle cuando gurí y sin embargo… No, no era bueno. Pero mis viejos sostenían obstinadamente el berretín de que yo fuera jugador de fútbol. ¿Y quién era 

yo para romperles la ilusión? Mi viejo había sido un buen jugador de fútbol y tal vez apostaban a una herencia genética que nunca cobré. En todo caso, era una gran esperanza, una inmensa esperanza. Mierda que había que tener esperanza para pensar que yo podía se un buen jugador de fútbol. Sin embargo pagaban la cuota de socio y mi vieja me llevaba de la mano en siestas aplastadas por el canto de las chicharras.
Yo sabía que no andábamos bien. Buscábamos la Caja PAN en la iglesia. Iba con las zapatillas rotas a la escuela. Pero me llevaban a práctica. Y yo iba. El director técnico era bueno aunque decían, medio borrachín. Me trataba bien, para mi sorpresa, me tenía en cuenta. Muy corto de vista para arquero, sin habilidad para delantero, mis puestos variaban del medio campo hacia atrás. Y ahí me aburría hasta que alguna pelota azarosa llegaba hasta mi puesto y entonces le daba de puntín para adelante o la sacaba de la cancha si venía un contrario apurando el paso.
Mi vieja entraba al vestuario para ayudarme a cambiarme, lo cual me costó cierta desaprobación del equipo que no llegué a comprender en su momento. No tenía mucha relación con el resto del equipo. Entrenaba, trataba de ser disciplinado, como me decía mi viejo y me volvía a mi casa con mi vieja de la mano. Era la mejor parte. Había chocolatada con un pan que yo sumergía en el vaso de leche hasta que absorbía casi todo el contenido y después me lo comía despacito, cerrando los ojos.

Un día, mientras volvíamos caminando de la mano, bajo los árboles del Hipódromo, le dije a mi vieja que no quería ir más a práctica. Se lo dije así, no quiero ir más a práctica. Me animé, y para mi sorpresa ella me dijo, bueno, mientras me soltaba la mano para apoyarla en mi hombro. 

No hay comentarios: